sábado, 24 de enero de 2009

Moguer (O del aburrimiento)

PROLEGÓMENO

“Estás perdido si crees en el peligro”Friedrich NietzscheUna hoja en blanco. Yo. Aburrimiento. ¿Qué sucede?El verbo aburrir proviene del latín abhorrere, formado por el prefijo ab (sin) y el verbo horrere (erizarse). La traducción sería “sin erizarse”, es decir, “sin que se pongan los pelos de punta”. De la palabra horrere también sucedieron “horror” y “horrible”. Así, el aburrimiento sería el no tener susto a nada, lo cual también puede significar, si nos atrevemos, el no tener asombro por nada, es decir, el haber perdido una de las mejores cualidades del niño – o como a mí me gusta decirle, el hombreniño. Aburrirse es no enfrentar riesgos, y sin riesgos no hay vida; es aburrido estar aburrido.El aburrimiento es el principio de todo, el máximo productor. Produce casas, limonadas, balcones, repisas, muebles, ventanas, piscinas, electrodomésticos, cuadros, canciones, poemas, bailarines, actores, escritores, bomberos, matrimonios, hijos, limusinas, juegos, cañas de pescar, fantasmas, cuentos, y hasta amores; en fin, liturgia y revolución.Veamos sino cómo surgió todo lo que existe: es sencillo, la nada se aburrió de sí misma, no hay otra. Así que, ahora, a divertirnos. Y que el Aburrimiento haga su creación.
CAPITULO 1
Moguer era un hombre cobarde, el más cobarde de los hombres. Sus ideas eran obtusas, como triángulos eternamente cerrados. Su visión del mundo era un imposible; para entenderlo habría que estar en sus zapatos, cosa imposible, porque Moguer no usaba zapatos.¿Metas? Imposibles. ¿Objetivos? La vida, para él, era un corzo de marionetas, todas a la orden de los hilos; hilos que se desatan, que se cortan, hilos metafísicos. Moguer no creía en objetivos. Su goce era el de creerse único, irrepetible. “Nadie puede reemplazarme”, decía, “porque sino yo no estaría acá”. “¿Por qué vivís?”, le preguntó una vez un amigo. “Porque no tengo otra cosa que hacer”, respondió Moguer.¿Un título? ¿Una carrera? No, Moguer no era de esos que corren carreras. Él se corría sólo a sí mismo, él era su propia carrera. ¿Contra quién? Contra nadie; corría por diversión. “¿Hacia dónde voy?”, se preguntaba a veces y callaba y reía. Otras, lloraba.Si fuera yo, autor, quien tuviera que pedirle a Moguer un cuento, le pediría una autobiografía lo más fiel a la verdad posible. Para todos sería cuento, salvo para Moguer, y para mí que conozco su historia.Florida, la ciudad que sabía habitar Moguer, era una urbe de lo más urbanizada, ciudad civilizada por excelencia, si la conoceremos. El obtuso gustaba de pasearse por las calles de su Florida observando y observando a las gentes que se mueven y no mueven por todas partes. Disfrutaba los rostros apagados como cenizas. Congelaba todo con su mirada el hombre de espanto.¿Tuvo padres reales Moguer? Vaya uno a saberlo. Lo que se sabe es que lo criaron unos muchachos en los suburbios de algún barrio de Buenos Aires, eso es todo. Ni siquiera nombres tenemos. Nada, apenas eso. “Unos muchachos…”, así decía él. Acaso nació del muslo de algún Zeus, o de la cabeza de alguna Palas Atenea, o de la vagina de alguna virgen, muy probablemente.El 18 de abril de 1954 Moguer se encontró por casualidad con un sabio que bajaba en un ascensor de un edificio perdido en el Gran Buenos Aires. El sabio le aclaró de antemano que era un sabio y le preguntó “¿Quién eres?”, cosa que a Moguer le pareció de muy mal gusto y no titubeó en responder “si vos no lo sabés…” Los sabios le parecían poco serios, por lo general, a Moguer.Por ahora esto es suficiente para que se enteren un poco de la vida de este tonto genio. Para un primer capítulo, sobra información. Me disculpo por eso. Pero algo tiene que sobrar para q sea perfecto. Sabemos hace tiempo que la perfección es perfectamente imperfecta.
CAPÍTULO 2
Moguer miraba la calle desde la terraza. Estaba aburrido. Era un día soleado. Flor de problema los días soleados. Es que el sol le gritaba a Moguer: “¡Vamos, disfrutá el día! ¡Carpe diem, tonto! ¡Dale!” Y a Moguer esto lo ponía de muy mal humor. Mejor era la lluvia, los días nublados, que le decían: “Está bien, no hagas nada, la vida es un disco rayado, no te preocupes, dormí”. Ay, pero esto también lo malhumoraba. Saberse malhumorado por el clima, descubrirse poseído por la naturaleza, agarrado de las patas. Pero, en fin, a pesar de todo esto, él siempre sabía qué hacer. Moguer era un hombre simple, demasiado simple quizá. Tanto que para los demás su simpleza pasaba desapercibida.Bajó, calentó agua, dispuso el mate y el termo en su lugar y salió a dar un paseo. Era sábado y le antojó una plaza. Caminó perdiéndose entre los que caminan adonde van y llegó al pasto por fin. Se sentó y se arrojó de lleno sobre el césped. El sol le daba su temperatura sin exigir nada a cambio. Increíble. Así se dejó apaciguar por el sol. Soleado en soledad solamente asolado. Y los minutos se disolvieron, también las horas, y los días, los meses y los años. Y se quedó dormido. Como uno que se cansa de tanta luz.Al dormirse Moguer, el mundo siguió girando como de costumbre.
CAPÍTULO 3
Escéptico hasta el culo, Moguer lo observaba todo, nada se le escapaba a sus muchos sentidos – algunos desconocidos por él mismo. Con mirada escrupulosa, oídos atentos, nariz siempre fruncida, Moguer calculaba, calculaba diámetros de vitalidad, metros de alma, minutos de espíritu, gramos de verdad, todo lo que podía lo calculaba el empecinado. Escéptico hasta el tuétano del culo, las cosas del espíritu estorbaban sus mediciones terrestres y las cosas terrestres estorbaban sus mediciones espirituales. Moguer sabía, de algún modo, que no eran cosas separadas, que hay mucho barro en el espíritu y mucho espíritu en el barro y no podía trazar bien, con precisión exacta, la línea que divide los mundos. Por eso, se las arreglaba para confundirlo todo. Tenía un método muy eficaz en lo que hace a la composición intelectual y la asimilación de conceptos ajenos. Él lo llamaba “golpear la idea por el traste”. Consistía, en resumidas cuentas, en poner la idea boca abajo y darle unos golpetes en la cola. A través de este método, Moguer era capaz de descubrir qué es lo que se traga una y otra idea. Pues sabía bien que una idea no vive sino a costa de las que se devora en su afán por sobrevivir.
CAPÍTULO 4
Aquella mañana, Moguer no sospechaba lo que le ocurriría en cuanto se alejase de aquel antiguo banco placeico. Eran las ocho menos cuarto y el sol ya ardía en la piel del mundo. A las ocho treinta, Moguer se levantó y dio unos pasos hacia un cesto donde planeaba arrojar el recipiente de una exquisita naranjada que había disfrutado enormemente. Tirólo y caminó hasta la bicicleta que había dejado con la pertinente patita sosteniéndola. ¿O era la bici la que sostenía a la patita? Bueno, no importa. El hecho es que Moguer subió a la bici – no a la patita -, y cuando subió, de súbito, se dio cuenta de algo: “Esta no es mi bicicleta. De hecho, yo no tengo bicicleta hace más de cinco años, cuando se la vendí a aquel carnicero que la quería para su hijo”. Se bajó entonces y emprendió a pie el viaje hacia la oficina. Fue en el punto medio del trayecto exactamente donde el incidente ocurrió. Preso de una ira repentina, Moguer se subió a un notable monumento y extendiendo sus brazos al cielo comenzó a sollozar: padre, padre… ¿por qué me has abandonado?... padre… Elí… Elí…La muchedumbre no entendía nada. “Está loco”, decían unos. “Se le zafó un tornillo, dijo otro. Y otro más osado, “le apretaron demasiado algún tornillo”. Y así pasaba la gente. Mientras, Moguer hacía su papel de iluminado. Al llegar la policía, Moguer bajó de la estatua y empezó a caminar como si nada hubiese sucedido – o más bien, como si hubiesen sucedido cosas normales, comunes, cotidianas. Pero los oficiales lo llamaron con un chiflido y al ver que no se daba por aludido, lo corrieron, lo atraparon y metieron en el coche para investigarlo.Ya en el departamento policial, había comenzado el interrogatorio. No era un hombre normal, eso estaba claro para todos en el edificio. Sin embargo, era un loco bastante simpático y, al parecer, poco peligroso. Si era peligroso, sería por exceso de bondad, o hipersecreción de amabilidad. Lo que el subalterno no pudo aprender en la Escuela Policial es, justamente, el carácter nefando que adquieren ciertos niveles de bondad cuando no se la sabe amansar apropiadamente. “El loco de la buena intención de fusilar civiles que no cooperen con Dios” fue un caso que dio que hablar años atrás en la jefatura. Pero, como suele suceder, el caso no se recordaba.Fue así que le devolvieron la libertad de cartón para armar y le desearon un buen día.
CAPÍTULO 5
Un día, Moguer bajó la cabeza y observó el suelo. La tierra estaba algo mojada. “Quisiera formar parte de un cuento”, pensó. “O algo, no sé, quizá una poesía, un poema. O al menos, un ensayo. Un ensayo del hombre que nunca existió. ¡Eso! “Ensayo de Moguer” podría llamarse el escrito. O “Ensayo de un hombre”. ¡No! “Ensayo de este hombre”. ¡No, no! ¡“Ensayo de un yo”! ¡Eso! O sea “Ensayo mío”. Aunque no sería yo quien lo escribiese, porque sino no habría nada que ensayar, ¿no es cierto? Claro, debería de escribirlo otro. Pero ¿quién? ¿Quién podría ensayarme bien, como yo quiero, como a mí me gustaría? Definitivamente, para esa tarea, yo sería el peor, de eso no hay duda. ¿Yo ensayándome a mí mismo? No, demasiado malvado, demasiado estúpido. Sería un mundo demasiado cruel. Demasiado ensayado. ¿Qué sería de la espontaneidad? No, no tiene sentido. En todo caso, soy el ensayo mismo, no más que eso. Y el mundo entero, un simple ensayo. ¿Que salió bastante mal? Podría haber sido peor. Alégrate, polvo. Que si fuera ensayo, montar la obra ya terminada sería un tedio infinito. ¡“Ensayo de otro ensayo”! ¡Ahí está! ¡Así es perfecto!
CAPITULO 6
Dicen que Moguer no comía. Que no precisaba alimentarse. Que hacía ayuno desde que tenía 7 años. Dicen muchas cosas. La gente cuenta muchas cosas. En un estudio reciente, profesionales de la Gentología confirmaron que sólo un 0, 8% de lo que dice la gente, es real. Y que, de ese 0,8%, el 0, 2% de la gente cree que lo que cuenta es real. La gente dice muchas cosas, pero sobre todo, la gente no dice muchas cosas.
CAPÍTULO 7
Ya la noche bajaba las escaleras, peldaño a peldaño. Se aburría. Moguer solamente miraba desde la terraza. Los pequeños humanitos allá abajo, caminando, mirando, sintiendo, pensando, queriendo. Los pequeños humanitos que van hacia alguna parte. Que vuelven de alguna parte. Había tanto silencio. Moguer se largó a llorar como hacía tanto tiempo no lo hacía. Sentía en el pecho el dolor de todos los hombres; creía que el viento le arrastraba todo aquello. Y sintió que el mundo lloraba con él.No hay medidas en el universo. No hay correcciones. No hay nada y está todo lleno. La medida, la única medida, es esta que yo hago ahora, y que mañana será distinta. No hay trazos, únicamente amor. No hay maldad, hay cobardía. No hay silencio, sólo hay una boca enorme con colmillos sangrientos que nos miran sin poder tocarnos. No hay guerra en el mundo, hay deseo de paz; vehementes y sanguinarios deseos de paz.Así, Moguercito triste tomó toda su congoja y la lanzó por la terraza como uno que se tira y cae desde el borde del cielo. Y abrió las alas, porque algo había en alguna parte que lo llamaba y le susurraba al oído en ese largo descenso las palabras “olvida, tú que ves, la esperanza, olvídala”. Y vio que era uno que esperaba. Y no quiso esperar más. Abrió las alas, desarmó toda su tristeza y la transformó en bloques de colores para armar. Y así voló sin más esperanzas, como uno que oye de continuo “tú no puedes” y se responde “no puedo y lo haré igual”.Es razonable que algunas cosas no sean razonables.
CAPÍTULO 8
Un barco se hunde. Un hombre corre. Una gacela se frota contra un árbol. Un pastor anglicano reserva dos boletos para “Sueño de una noche de Verano” en el Fortune Theatre. Una libélula mastica a una polilla que aún no ha muerto. Un limón crece en el limonero. Una fantasía crece en Juan Carlos Gómez Delfino. El vuelo número 168 con destino en Panamá ha sido suspendido por neblina. Una abeja melífera común succiona el néctar de una margarita en Angra dos Reis. Una mariposa cierra las alas.
FIN.

Martin Godino

No hay comentarios:

Publicar un comentario