Cada ocaso en el barrio de La Boca le ofrecía a Marko la misma curiosidad. Cuando los faroles respondían al exilio de la claridad y encendían antes de tiempo. En aquel instante, de luces migrando y emigrando, desertando y tomando posiciones, la noche y el día se entrelazaban. El día caía del cielo y renacía en los faroles, que abdicaban su noche para encenderse. En ese instante Marko disfrutaba la confusión. La respiraba desde su ventana.Aquella tarde, las paredes de su casa dormían apenas visibles, blancas y ásperas. Salpicadas por el tenue brillo del farol que flameaba su fuego sobre la cómoda. El humo espeso de tabaco se agolpaba bajo el techo y aquello era señal de que el escritor estaba cerca de volver a su trabajo.No fumaba si no era presa de la ansiedad y solo el bullicio de las ideas abarrotadas le conmovía los nervios. La historia se había presentado en un segundo de desvarío, tras el golpe de su frente sobre la madera de la mesa, victima de los escoceses que acompañaban los atardeceres.Encendió la radio para oír el partido de Boca, menguó el volumen hasta hacerlo casi imperceptible y lentamente emprendió la ardua tarea de retomar un viejo oficio. Sentado a la maquina de escribir, la piel de su brazo derecho, hasta entonces seca y agrietada por el abandono de la buena musa, comenzó a descascararse tecla a tecla.Un grito del timbre estremeció el silencio doméstico. Marko levantó la vista y la fijó sobre la puerta, frotó sus ojos con ambas manos y se incorporó. El hipo alegre al otro lado era del viejo Iósif. Un marino ruso, extrañamente memorioso, a pesar del vino y los años, de cuya amistad se había hecho cuando el viajante conoció el puerto de La Boca. Seis o siete años atrás.El viejo estaba de paso en el barrio una vez más y ya había catado las novedades de los bares. No le era posible visitar uno por noche y olvidar a los demás ni tampoco dejar las visitas para mas tarde. Eran para él su familia. La que cada año lo esperaba en el mismo sitio. La que en Moscú lo había olvidado por completo.El entretiempo devolvió el murmullo al quieto sopor de las calles húmedas y el canto hacia temblar las paredes. El equipo del barrio ganaba uno a cero y sufría. Dos vasos llenos y el segundo tiempo en marcha. El viejo dejó el gorro sobre la cómoda y se sentó al sillón.La radio se ahogaba y volvía a regurgitar minutos de partido. El compás de un tango perdido interfería en la sintonía. Mano a mano hemos quedado, afinaba una voz de gorrión escapando al cautiverio del parlante. El viejo oía distraído y miraba por la ventana. No hablaba demasiado con Marko. Solían hacerse compañía. Cuidarse las espaldas en los bares. Pero evitaban el palabrerío.Tres suaves golpes a la puerta y ambos supieron que había llegado Natalia. Uno la esperaba y el otro la presentía. Marko se incorporó, respiró hondo y se acercó a la puerta, acomodando el cuello de la camisa durante el camino.Natalia vivía en el barrio y conocía al viejo. Habían trabajado juntos en alta mar, realizando tareas de marinos sobre embarcaciones pesqueras. El viejo escapando de los años y la gitana de los golpes. Pero hacía tres vueltas al puerto que Natalia había decidido permanecer en tierra firme junto a Ernesto, el mercader para el que trabajaba su compañía y a quien desde entonces le profesaba un decoroso amor.Sin embargo, el que por aquellos días habían sido amantes, era un rumor insistente que la brisa marina traía cada noche y retiraba todas las mañanas. Dejando en la orilla y en las caras del puerto la maliciosa sugerencia de que aquellas celebraciones tal vez nunca habían terminado.Para su tranquilidad, Ernesto evitaba los tugurios oscuros, donde aquel chisme germinaba entre la podredumbre de las tablas del piso y por el día se concentraba en su trabajo. Buscaba una esposa. Aquello era lo único que le interesaba. Algunos hijos y largarse de aquel chaperio infesto.Penal para huracán y la chance del empate. La voz de la radio se acoplaba al murmullo tibio de la casa y los alrededores. La noche había desvestido ya algunas estrellas y los faroles magnificaban las siluetas de los insectos sobre los empedrados. Dentro de la casa, el viejo y Natalia ronroneaban. Reían en silencio. Acariciados por el alcohol. Sugerían palabras, como las caras del puerto.Cuatro golpes sobre la puerta despertaron a los amantes del idilio y resquebrajaron la calma de la casa. En ese instante, el viejo recordó que había dejado olvidado su saco en el último bar. Recordó la carta que Natalia le había escrito olvidada en el bolsillo interior y un estupor le encogió el alma. Con su distracción había tentado a la casualidad a rebelarse.Con los ojos estáticos, esperó a que la voz no fuera la misma que siete años atrás le diera la bienvenida a bordo de los buques pesqueros. La del hombre que lo había sacado de la ruina. Pero el grito de Ernesto le astilló el cuerpo.Al otro lado de la puerta, los pasos se alejaban y acercaban. Crecían como el tono de su voz. Ernesto maldecía a los amantes. Perdido en si mismo. Caminaba en círculos y recitaba lo que sus manos habían encontrado en el saco apolillado del viejo. Te encuentro en casa de Marko, teatralizaba con ironía y volvía a golpear la puerta.Cuando el viejo comenzó a despegarse del sillón y del cuerpo de Natalia, un golpe seco dejó la cerradura de la puerta colgando del último tornillo heroico. El segundo golpe fue definitivo y Ernesto se abalanzó hacía adentro con ímpetu venenoso.Tomándolo del cuello, el viejo domó la primera carga. Pero la resistencia duró poco. Ernesto finalmente brotó de su furia y con un golpe al pecho, tumbó los ochenta años del marino del otro lado del sillón. El viejo quedó derrumbado sobre la falda de Natalia, que permanecía sentada sin poder moverse. Respiraba convulsionada. Tomándose el pecho con las manos.Ernesto rodeó el sillón y se paró frente a los amantes. Los miró con desprecio; él rendido sobre ella, ella con la cabeza gacha. Desenfundando un calibre veintidós de la cintura, les recordó los favores y las traiciones. Las mentiras y los años. Sin respuesta, levantó la cara de Natalia con una mano. Acarició con el caño del arma sus labios apretados. Ella temblaba casi sin movimiento. Recorrió su cuello y rozó con delicado trazo sus mejillas. La besó despacio y esperó de ella su primera lágrima, que no tardó en caer. Apretó los parpados y disparó.El estallido se entremezcló con el murmullo de las calles. El arma rebotó dos veces sobre el suelo y quedó muerta. Descargada a centímetros de los pies de Ernesto, que resbalaba sobre la pared. Sobre su sangre y hacía abajo. Pintando con la nuca agujereada de rojo la madera.Sentado a la silla del escritorio, Marko temblaba. Movía los dedos y respiraba entrecortado. Las palabras que la tinta estampaba sobre la última hoja se bastaban a si mismas. Nacían huérfanas. De ningún lado. Al punto final le siguió un sorbo de whisky y el primer relámpago, que hizo clara la penumbra. La lluvia disipó la bruma de las calles, que huyó como pólvora quemada.
Bruno Nuguer
sábado, 24 de enero de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Hola Bruno, releí tu cuento, y aparte de lo que ya habíamos dicho en el Bar, se me surgieron un par de cosas más que capaz sean un detalle pavo, pero capaz no, así que ahí van:
ResponderEliminarMe pareció que el personaje del marino (Iósif) está muy viejo, tiene 80 años. Me parece mucho para un marino en actividad por como es ese trabajo de exigente para el cuerpo. Por otro lado, si bien no dice el texto que a la chica (Natalia) la hubiera conocido en estos últimos años y puede ser un romance antiguo, me da la impresión de que sería un triángulo amoroso de viejos. La chica puede ser unos años más jóven, pero el otro que viene a buscarla (Ernesto) es el mercader para el que trabajaba, por lo cual me da la idea de que debería ser mayor que ella. Toda esta vejez en el triángulo amoroso me parece que le quita un poco de realismo ¿Quién se mataría a los 80 años por una vieja que anda con otro viejo? (sin Viagra en esa época). Y la escena es muy violenta (rompe la puerta a patadas y lo empuja sobre el sillón) para un viejo como el que me imagino.En síntesis, me da la impresión de que los personajes deberían ser un poco más jóvenes para darle más realismo.Después me surge otra duda pava, que es con respecto a la época del relato y la radio. El cuento parece situado a comienzos del siglo XX, si bien radios podía haber, me queda la duda de si relatarían, por aquellos años, los partidos de fútbol en vivo. Igual creo que le habías sugerido que no se remita al partido porque eso te volvía al exterior de la ficción o algo así. Por otro lado, si el cuento no está situado a principios del S. XX, entonces ahí quedaría el detalle de que el puerto de la Boca funcionó como tal hasta 1910 apróximadamente, porque después se pasó a Puerto Madero y por 1920 ya estaba el Puerto Nuevo (el actual). Esto último es quizás una pavada, pero como está tan bien el clima y la ubicación del relato, me parece que puede ser un detalle de realismo que sume.
Abrazos
Gaby
Gabriel, primero que nada, te agradesco realmente la dedicación del comentario. Me parece genial.
ResponderEliminarPuntualmente hablando del mismo, coincido en los detalles que marcas. Al releerlo hace un tiempo me di cuenta de que las edades podían ser un poco menores, para, como decis vos, hacer a los personajes mas verosimiles. El detalle del puerto de La Boca y de los partidos de futbol en vivo tambien me había quedado pendiente. Habia buscado algo de historia al respecto pero me habia quedado un poco colgado.
Esta buenisimo que coincidamos en las cosas que no cierran demasiado bien en el cuento.
Para la próxima puesta en común trataré de cambiar y adaptar un poco mejor la situación. Luego veremos que sigue haciendo falta. Pero es muy buena la devolución que nos podemos dar nosotros, mas alla de la de Julio.
Un saludo grande.
Bruno.