sábado, 24 de enero de 2009

Debajo de la alfombra

Ya ha pasado más de un mes desde que empezó este absurdo vía crucis.Por como vienen dándose las cosas no creo que vayan a haber cambios en lo inmediato. Francamente, estoy comenzando a aburrirme. Todo lo que hace este buen hombre es estar al acecho de su enemigo declarado; en cuanto lo ve se arroja, maza en mano, para aplastarlo, machacarlo a golpes allí donde se encuentre: el piso, la pared, algún mueble.Hasta el momento no ha tenido éxito y dudo mucho que lo tenga. Sus movimientos se han vuelto lentos y torpes. Es comprensible: ya casi no come y no duerme. Día y noche permanece agazapado, alerta, insomne, sonámbulo.Esperando.Me pregunto cuánto tiempo va a durar así.Me pregunto, también, si voy a poder abandonarlo a su suerte, si se me va a permitir abandonarlo a su suerte e irme de acá, irme para contar otras historias, historias que valgan la pena. ¿ O acaso voy a tener que esperar a que te mueras de una puta vez ?No sé cómo se llama y la verdad no me interesa. Pero tengo mis obligaciones como narrador, así que voy a bautizarlo: se va a llamar Bernardo, como el sirviente sordomudo del Zorro. Y de hecho se parece bastante: es petizo, retacón, morrudo y pelado.Cuando lo conocí, corrección, cuando me fue dado conocerte no sabía mucho de vos y tampoco sé mucho ahora. Intentar deslizarme dentro de tu conciencia ( dentro de la conciencia de Bernardo ) fue, lejos, una de las experiencias más amargas que he tenido. Una y otra vez fui rechazado, expulsado, ignorado; ni siquiera soy capáz de escuchar tu voz, salvo cuando hablás. Ya sea por mi incompetencia, porque mi lenguaje es pobre y precario o porque para penetrar en la mente de Bernardo es preciso atravezar una rigurosa aduana; ya sea por A, por B o por C la triste realidad es que no puedo saber qué piensa o siente y me veo entonces - ¡ nuevamente ! – obligado a narrar desde una humillante periferia, recogiendo como un mendigo los pocos datos y pistas que van apareciendo aquí y allá, confiando ciega, desesperadamente en la eficacia de mis palabras, que son lo único que tengo, rogando para que a éstas no se les ocurra volverse en mi contra.Sí pude, en cambio, recorrer a la velocidad de la luz los días, semanas, meses y años de su vida. Pero de todo ese pandemonium de imágenes que van y vienen de adelante hacia atrás y de atrás hacia delante, de ese caos vertiginoso de recuerdos, sonidos, olores, sensaciones, de ese remolino de luces que titilan y que siempre termina por marearme; de todo ese kilombo, de toda esa avalancha de información increíblemente contenida en la vida de un hombre minúsculo y que no puedo procesar, clasificar, ordenar, jerarquizar porque ¡ carajo ! es demasiada, de todo eso lo único que saqué en claro es lo siguiente: Bernardo es un maniático, un desequilibrado, un obsesivo del orden y la pulcritud. Tal vez eso explique, me explique, el comportamiento que tuvo el día – y los días que siguieron a ese día - en que vió una arruga en la alfombra del piso del living de su casa.En aquel momento, sin embargo, nada de lo que hacía Bernardo lograba llamar la atención del narrador. Las señales, que ahora parecen tan evidentes, pasaron completamente inadvertidas; no fue sino hasta más tarde que les encontré un significado. Recién entonces empezaron a hablarme, pero para comprender lo que decían fue necesario aprender, mejor dicho, inventar un idioma nuevo. Se trataba, además, de una pequeña lomita del tamaño de una rata, una protuberancia que sobresalía discreta pero decididamente y a la que Bernardo fulminó de un vigoroso pisotón. Esa misma arruga aparecería luego en distintos lugares de la casa, a intervalos irregulares. Bernardo combatía esas intrusiones tenazmente, se rebelaba contra ellas ( en algún momento, mientras yo deambulaba por las otras habitaciones, buscando donde no había nada para encontrar, había decidido rebelarse ). Pero yo no te hacía caso.Nunca hago caso de nada, nunca veo lo que hay que ver. Soy un mal observador. Lo importante transcurre siempre a mis espaldas, los hechos importantes me eluden, se desarrollan durante mi ausencia y entonces tengo que evocarlos, imaginarlos, soñarlos, sumergirme en un trance que me permita ver lo que me perdí. Tocar los objetos para ver si en ellos quedan vestigios de lo ocurrido, respirar, escuchar: todos mis sentidos puestos en la tarea de reconstruir lo que pudo haber pasado.Así es cómo llegan. Sólo así es cómo llegan, a veces, las visiones que necesito. Llegan hasta mi, ocultas en una espesa neblina acre – olivos bendecidos que arden en el incensario mientras se reza una novena -, llegan siguiendo caminos secretos, se inoculan dentro mío como una fiebre.Esto fue lo que ví: Bernardo levantando una pesada silla de roble sobre su cabeza blandiéndola trabajosamente contra la alfombra extendida a sus pies como una piel enferma en cuyo centro hay una joroba un bulto una roncha una zona hinchada bajo la cual se oculta algo que palpita repta por el suelo y trepa una de las paredes la arruga está ahora aquí y aquí y aquí y también allá y en todas partes a cada golpe de la maza las estructuras de la casa tiemblan la arruga se desplaza desde el centro de la alfombra hacia los costados en el muslo derecho se ha levantado una horrenda montaña Bernardo golpea las paredes con una maza de dos kilos va de una punta a la otra arremetiendo con saña mira con horror una de sus piernas caen pedazos de revoque tu cabeza está cubierta de cal y polvo de ladrillos…¿ Qué es lo que vino antes y qué es lo que vino después ? ¿ cuánto tiempo duró todo esto ? ¿ dónde estaba yo cuando pasaba ? Las artes esotéricas del narrador no pueden decírmelo.La brujería del narrador funciona como lo haría una antena de radio que capta transmisiones al azar; a veces me golpean mensajes confusos, señales enviadas mal a propósito. No puedo precisar qué es cierto y qué no lo es, ¿ o acaso soy yo el que erra al interpretar, ve lo que quiere ver, lo que más desea, lo que más teme ? Interferencias en los canales de comunicación: una muchedumbre hablando en lenguas desconocidas, un hormigueo de voces ahogadas por repentinas mareas de silencio crepitante…justo en el momento en que estoy por comprender. Me dejo caer al suelo, presa de terribles convulsiones: el narrador alucina aquello que desea conocer.Estoy sentado en el piso, apoyado en la pared devastada – la casa parece ahora una zona de desastre – los brazos rodeando las piernas y el mentón apoyado en las rodillas, el narrador espera.Todo está a oscuras. No hay luz, no hay agua, no hay gas, el teléfono ha dejado de sonar hace días, la correspondencia debe estar amontonada al otro lado de la puerta. Ya no queda comida en la heladera, los muebles están completamente destruidos, reducidos a astillas. Me siento débil, cansado, con frío, hambre y sueño; si tengo que moverme lo hago arrastrándome, gateando como un enorme quiróptero.Todo esto que se ha referido es lo único de lo que puedo dar fe: mi agotamiento, mi hartazgo, la sensación de fracaso y derrota que me embarga, el estado deplorable de la casa y de Bernardo, a quien el narrador, pase lo que pase, no deja de vigilar.Lo demás permanece inaccesible e impenetrable, fuera de mi alcance, inmune a los sortilegios de la palabra. Miro a mi alrededor y trato de entender lo que pasó, lo que pasa. Me doy cuenta de que estoy excluido, no es la primera vez. Ni será la última.Veo en los ojos de Bernardo que su determinación de seguir es tan firme como antes, o quizá aún más…pero la mano que aferra el mango de la maza lo hace con menos fuerza. Creo que sería muy fácil arrebatársela y romperle la cabeza con ella. Tal vez el narrador lo haga.Me pregunto si al menos voy a poder hacer eso.

Upyr
Sebastian Campanello

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