Después de tomar un café en un bar llamado “Capullos de Sedas”, le pido que me lleve a un lugar muy cerca de allí. Tenía una cena con amigos que me esperaban. Yo no estaba en auto.Tenía la fuerte necesidad de que la noche terminara de otra manera con él. Ya por aburrimiento. No pasaba nada como relación. Pero no nos podíamos separar. Siempre dejábamos una excusa que recreara el próximo encuentro.Delleuze, Derriba, Freud, Lacan, no fueron suficiente para contentarme.Necesitaba algo de alto impacto. El no generaría nada de estas características. Evitaba toda vehemenciaLa intensidad de las palabras en Capullos de Seda, requería un final coherente. Con tales personajes en su discurso, en una noche de sábado de finales de otoño, no podía terminar en un simple beso y nada más.Terminó con un simple beso de mejilla, pero hubo algo más.Habíamos hablado y él también había monologado acerca de ese espacio que las palabras no pueden aprehender. Que es eso intangible, que la palabra no dice, pero está ahí, “contaminando”, según su definición.Desde mi sola experiencia de vida, sin intelectuales que me sostengan, quería dinamitar los Capullos de Seda, y pasar por alto aquella religión de la palabra.Sobre esa mesa había mucha violencia contenida, mucha incongruencia también.Durante esa misma noche, ya habíamos estado hablando de la violencia de mis hombres, desde guerrilleros, subversivos, revolucionarios, y maestros de Kung Fu. Tampoco muchos más Todos ellos, los significativos, eran no sólo portadores de armas, sino que también las habían usado, en momentos críticos y necesario, de vida o muerte siempre le dicen. Pero era en verdad yo sabía que era así, no sólo les creía, sino que había dio así.Ya las armas no estaban sobre la mesa, ni en los hombres del pasado, ni en la palabra. Esa violencia, esa intensidad estaba puesta en los encuentros, que por intensos, no podían sostenerse en el tiempo. Y no hablemos de construir o compartir otras vivencias. Todo eso también se había terminado.Esa intensidad era saciada en los encuentros sexuales, encuentros amorosos también. Por eso cuando estos encuentros, por alguna razón, no existían, la intensidad, la violencia salía por la palabra. Luego tampoco se sostenía la palabra, entonces se manifestaba el desencuentro inesperado. Y volvíamos a reunirnos. Nos seducía. Nos confundía. Nos envolvía en la fantasía de que quizás podía ser alguna cosa de todo ese caudal de bienestar. Luego Se tornaba una adicción.A la hora de vivir, en las superficialidades, sin agudezas de ningún tipo, sin pretensiones de ningún otro, por el solo hecho de tener una vida normal, tranquila, sin tantas anécdotas, como las que le relataré, sucedía lo sabido. Había que mantener ese umbral mínimo de movimientos, por la cantidad de amor que "tengo para entregar,” me decía en algunos circunstancias. Sigo creyendo aún en estas teorías tan personales.La cuestión es que no puedo hacer el amor de otra manera. Sin intensidad.Me aburro.Pero él se asusta.Dijo alguna vez: - cuando la relación tiene ciertas intensidades, no sé que hacer. Tomo por la puerta más difícil.Y no sé por qué, nunca he podido hacer nada, en todos estos años. Y he tenido intentos varios, de los más diversos, para que encuentre la puerta fácil, desde señalización, desde llevarlo dormido hasta la puerta, pintarla con colores fluos, sorpresas.La cuestión que llegar a la puerta fácil, lleva tanta energía y esfuerzo, como soportar la difícil. Solo que esta es la que se conoce. La puerta fácil es la incertidumbre, lo desconocido, el vacío, el misterio mismo. Pero es fácil y desconocido a la vez. EntoncesQué miedo atravesar esa puerta!- Necesito que me hagas un favor. Le dije en el camino a mi cena con amigos.- Si, - me dice muy dispuesto, hasta con ganas de hacerme ese favor- No quiero que nos veamos más.FINAL FINALAquí el silencio fue insoportable. No había palabra con que cubrir el vacio.Tomé aire, observé como estaba físicamente. Y continúe.
Miryam Amarillo
sábado, 24 de enero de 2009
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