sábado, 24 de enero de 2009

Kosmonaut

El hombre se acercó a la chica lentamente. Ella lo vio venir, lo vio caminar apenas rozado por la multitud frenética que iba y venía por el Centro.A su lado, el mundo parecía estallar en un doloroso caos estridente. Él fue aproximándose con tranquilidad, imperturbable, ajeno a todo, como si fuera de otro mundo. Cuando estuvo cerca se presentó: un largo e impronunciable nombre extranjero. Luego le preguntó a la chica si podía acompañarla. La chica dijo que sí.Una hora más tarde estaban almorzando; en realidad era la muchacha la única que comía. Él la observaba por encima de su plato intacto, que de a poco iba enfriándose.Parecía estudiar con mucho interés la manera en que ella usaba los cubiertos.- ¿ A qué se dedica ?, preguntó la muchacha- Viajo, dijo el hombre, viajes, negocios. Hablaba un castellano aséptico, monocorde,sin inflexiones ni acentos ni tonadas ni nada que indicase remotamente un lugar de procedencia. Era un castellano de laboratorio, artificial: un idioma que no existía en un ningún lado – salvo en esa mesa – y que el hombre hablaba con extrema cautela, como si no hubiera tenido el tiempo de practicarlo antes de venir.Salieron del restaurant y caminaron un largo rato por Lavalle; cuando estuvieron a una cuadra de Alem se despidieron.- Volveremos a vernos, ¿ no ?, más que una pregunta era una afirmación.La chica asintió brevemente, un gesto casi imperceptible que el hombre pudo registrar. El hombre entonces sacó de uno de sus bolsillos una tarjeta de presentación; en discretas letras doradas podía leerse su nombre y el de la compañía para la que decía trabajar . Debajo figuraba una dirección, Viamonte 876, 12 D. Y un número de teléfono.Volvieron a verse, en efecto, al día siguiente y también los días que siguieron a ése durante algo así como una semana. Luego el hombre desapareció y ella no supo nada de él sino hasta muchos meses después, en Febrero del ´71, la noche del gran apagón, la misma noche en la que se vieron luces extrañas bailando en el cielo.Esa fue la última vez que lo vio.La chica creció y terminó por hacerse mujer y como todas se casó y tuvo hijos.Cuatro hijos tuvo. Para entretenerlos les contaba historias, algunas eran inventadas;otras, juraba, habían pasado realmente. Como la historia del hombre extraño que cono-ció una tarde en el Centro ; era una historia asombrosa que relataba de manera impe- cable hasta que el tiempo fue mellando su memoria y comenzó a titubear y finalmente aquitar o agregar detalles o cambiar el orden de los acontecimientos hasta volverla irreconocible.Aún así, a pesar de esas vacilaciones, a pesar de que ya habían pasado muchos años y no se acordaba cómo era que lo había conocido, o si alguna vez lo había conocido – ni siquiera podía recordar bien su aspecto; posiblemente haya sido rubio, alto, la imagen era cada vez menos nítida -; aún así daba gusto escucharla porque la mujer tenía un talento innato para narrar o al menos así me lo parecía. Yo la escuchaba embelesado. Y las alteraciones que introducía en el relato para mi no afectaban en lo absoluto su verosimilitud, sino más bien al contrario la hacían más creíble, más real.Abrían las posibilidades de la misma forma en que se abre un abanico: amplias, infinitas posibilidades. Por siempre nuevas.Pero yo también crecí y ahora soy un hombre y antes fui un muchacho. Y como todos los muchachos me empeñé en ser arrogante y fue esa arrogancia la que me llevó a sentir vergüenza de haber escuchado y creído alguna vez en las historias que mi vieja me contaba. Y también fui cruel y no tuve ningún empacho en decírselo: me dan vergüenza, mamá, esas ridículas historias tuyas. Pero no me conformé con eso sino que además fui distante. Rehuí todo contacto, jamás la abracé ni le di un beso. Nunca le dije que la quería. Ahora mamá está muerta, y todo lo que me queda de ella son sus historias.Ya van a hacer dos años desde que mamá nos dejó, con ella desapareció el vínculo que nos unía como familia. No me hablo con mis hermanos, no sé en qué andan. Papá todavía sigue viviendo solo en la misma casa. El Viejo ya no es el hombre severo que de joven nos fajaba e imponía disciplina; es apenas una sombra triste que vaga en silencio por las habitaciones. Se la pasa durmiendo todo el día, largas siestas, como si de esa manera pudiera hacer que todo sea menos penoso, como si durmiendo pudiera olvidar, olvidarse. Él no me da lástima, me importa poco lo que le pase. Es débil, y yo desprecio a los débiles. Es lo que papá nos enseñó: al débil se lo desprecia. Yo, en cambio, soy fuerte.No lloré cuando la enterraban a mamá, no lloro ahora que no está. Pero la extraño.Y mientras hojeo un album con sus fotos, se me ocurre que la mejor manera de honrarla es recordando esas historias insólitas que nos contaba cuando éramos chicos.Y no sólo quiero recordarlas sino que además voy a creer en ellas. Sí, hay hombres extraños caminando por el Centro, hombres que parecen venir de muy lejos, señores que te dejan una tarjeta con un número telefónico al que más tarde llamás para descubrir que allí nunca ha habido una empresa extranjera.Tipos que pueden hacer que un tren eléctrico se detenga en medio de la nada.- ¿ No te bajabas en esta estación ?La formación ya había abandonado la plataforma y seguía su itinerario a toda velocidad, no había nada que hacer. Preocupada, la chica miró al hombre que a su vez la miró con algo parecido a la ternura. Mi mamá, a los veinte años, era menudita, delga- da, con un bello rostro de niña. No me extraña que mi viejo se haya enamorado de ella a primera vista, como tampoco me extraña que alguien haya decidido que valía la pena surcar la inmensidad del cosmos sólo para conocerla. Sí, por qué no.- No importa, dijo el hombre, me bajo acá. Luego agregó: volveremos a vernos.Esa vez la frase estuvo desprovista de toda ambigüedad. Era lisa y llanamente una promesa. El hombre se dirigió luego hacia una de las puertas del vagón, que se abrió cuando el tren se detuvo en algún punto entre San Isidro y Beccar.El hombre se bajó del tren, despacio, con aire majestuoso, ante la mirada atónita de todos los pasajeros.

Sebastian Campanello

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